Matar al padre

Simeone ha despertado entre los atléticos una ambición que nos resulta todavía pudorosa. Un buen ejemplo consiste en el partido de esta noche contra el Athletic. Queremos ganarlo y podemos hacerlo, pero hemos empezado a interiorizar «partido a partido» que la Copa representa, acaso, una aspiración secundaria.

Porque la ganamos el año pasado. Porque lo hicimos en el Bernabéu y contra el Madrid. Porque supuso conjurar 13 años de sumisión merengue. Y porque recuperamos entonces la noción competitiva y psicológica que corresponde a un equipo grande.

Tan grande que ahora tuteamos al Barça en la cabeza de la Liga y que miramos con superioridad al Milan camino de la finalísima continental, de forma que bregar con el Athletic en cuartos se nos antoja una experiencia relativamente fascinante. Podríamos asumir hasta la eliminación, si no fuera porque un contratiempo en la nueva catedral demostraría ciertas debilidades del juego que relativizan nuestros delirios de grandeza.

Nuestros delirios de grandeza radican en vengar la afrenta de Heysel en Lisboa. Enfrentarnos al Bayern de Múnich en la final de la Champions. Y ganarla. Más aún cuando la marcha triunfal de Simeone en el año de su número –14– coincide con una evidencia conmemorativa: se cumplen 40 años del pelotazo de Schwarzenbeck.

Esta clase de ensoñaciones y de rituales propiciatorios contradicen el dogmatismo cortoplacista del míster argentino. Y tiene razón Simeone. Estamos ganando, probablemente, por encima de nuestras posibilidades, aunque al mismo tiempo transcurren las jornadas con el Atleti en cabeza y sólo faltan siete encuentros para adjudicarnos la Copa de Europa con el furor hormonal de «nuestra primera vez».

En este contexto de especulaciones, la eliminatoria del Athletic implica una seria prueba sobre la competitividad del Atlético. Con más razón cuando el premio consiste en enfrentarse al Madrid en semifinales y cuando la final se la jugaríamos al Barça.

Hablar en estos términos hace unos meses haría de nosotros un caso irremediable de enajenación mental, pero resulta que el psicoanálisis y el chamanismo de Simeone ha resuelto un malentendido: el Atlético es un equipo minoritario, no pequeño.

Así es que freudianamente también, deberíamos eliminar a los leones con el ritual edípico: mataremos al padre, olvidando que nos dio la vida.